Agricultores y agricultoras encaramados a sus tractores han salido a las carreteras y nos están enseñando las múltiples caras de las dificultades a las que se enfrenta el campo, así como las múltiples posiciones e intereses que hay con respecto a todo lo que nos jugamos como sociedad a la hora de darnos una respuesta sobre qué modelo agrario, qué mundo rural y qué alimentación queremos.
Este modelo agrario, estas políticas públicas agrarias y la estructura del sistema agroalimentario no funcionan. Ha vuelto a estallar la situación, una situación que exige soluciones ya. La crisis del campo, el despoblamiento rural, los beneficios de la industria y de la gran distribución agroalimentaria, de las multinacionales de los fitosanitarios, de la industria farmacéutica de uso ganadero, de la maquinaria agrícola, los beneficios de los bancos en torno a la agricultura, el acaparamiento de tierra y agua y la entrada de los fondos de inversión en el sector, los tratados de libre comercio y los viejos y nuevos transgénicos, entre otros, son elementos que llevan décadas ahí. Y los Gobiernos nacionales y autonómicos y partidos de casi todo signo, al igual que los de Bruselas, han seguido apostando por un modelo neoliberal que nos deja frente al abismo alimentario y en manos de las grandes empresas.
Este escenario insostenible ha hecho prácticamente imposible la adaptación de las personas que producen, ha hipotecado el campo, lo que ha supuesto la desaparición de cientos de miles de explotaciones familiares y ha obligado a estas mismas personas a vivir con unos ingresos irrisorios. Mientras tanto la naturaleza sigue sufriendo las consecuencias negativas de este modelo agroindustrial, las dinámicas de este sistema agroalimentario y este modelo de dieta. Y finalmente, la presencia del cambio climático es una realidad incontestable para la sociedad. Todo esto es fruto de un modelo estructural que no puede ser desmontado solamente mediante gestos individuales sino pensado en y desde el colectivo.
Las personas consumidoras ya se hicieron oír hace no mucho ante la subida de los precios de los alimentos: las calles, las redes sociales y los medios de comunicación se llenaron de críticas, lamentos y penurias. Pero la agenda política y mediática cambió de foco. Esta vez han salido los tractores, bloqueando carreteras e incluso de grandes ciudades, de mano de quienes en su día a día lo usan como herramienta de trabajo. Y parece que ahora el foco no puede cambiarse, al menos durante un tiempo.
Además, “Nos Plantamos” pretende actualizar las formas de acción social colectiva del movimiento alimentario y adaptarse a las urgencias que cada parte del movimiento está identificando. La agroecología campesina y un modelo agroalimentario agroecológico es imprescindible y es urgente para abordar los problemas de los productores y del mundo rural, para abordar la crisis climática y de biodiversidad y para garantizar el derecho a la alimentación.
Apostamos también por la resistencia e impugnación a los intentos de cooptación y apropiación por la “antipolítica” y por la extrema derecha de las desgracias de los pequeños y medianos productores. A su vez, el movimiento por la agroecología campesina y la soberanía alimentaria tenemos que repensarnos mucho para lograr tender puentes con los pequeños y medianos productores y con el resto del medio rural, y lograr construir alianzas fuertes que consigan recursos y políticas públicas que apoyen la transición hacia sistemas agroalimentarios justos y con enfoque agroecológico.
Las manifestaciones públicas de las organizaciones de Coordinadora Europea de Vía Campesina (ECVC), de las agricultoras y agricultores, la pagesia y baserritarras organizadas, de las ganaderas extensivas, de las experiencias y colectivos agroecológicos, de las jornaleras son motivo de celebración. La vitalidad, claridad y potencia del movimiento campesino y agroecológico están inundando todos los rincones del Estado español de manera imparable.
En el Estado español el movimiento por la soberanía alimentaria lleva décadas tratando de consolidarse como un sujeto político colectivo relevante. Ha habido momentos de más relevancia que otros, pero siempre se ha tenido una visión compartida sobre la necesidad de avanzar hacia un modelo agrario, rural y agroalimentario basado en la producción de pequeña y mediana escala, de manejo agroecológico, de apostar por la necesidad de dotar de más apoyos y recursos para facilitar el desescalamiento de la agriculturas industriales, de apoyar a que los pequeños y medianos productores encuentren su acomodo en la transición hacia una agricultura agroecológica. Ha sido esta una visión compartida y construida desde la diversidad, desde la necesaria complementariedad entre las visiones provenientes del campo, del movimiento ecologista, de las consumidoras, de las experiencias agroecológicas, del tejido asociativo rural, de la academia afín, de las ONG vinculadas a la Soberanía Alimentaria. A este movimiento se suman las plataformas y colectivos que desde el territorio luchan contra la degradación y el extractivismo que suponen las macrogranjas, sus plantas de biogás para pintarlas de verde, las malas prácticas en la implantación de renovables o los megavertederos que convierten el rural en zonas de sacrificio en pos de un capitalismo verde.
Y yendo despacio, tenemos que actuar de manera urgente. Construir alianzas para pasar a la acción. Las personas campesinas, las ganaderas, el movimiento climático, el movimiento ecologista, la ciencia, las iniciativas de economía social y solidaria, las colas del hambre en los barrios o las consumidoras, todas vemos que tenemos que plantarnos ya y construir algo distinto en cada granja, en cada pueblo, en cada mercado, en cada barrio, en cada ciudad, en cada política, en cada escuela y universidad. Es urgente sacar los tractores, salir a las calles, abandonar los grandes supermercados, inundar los mercados de productos agroecológicos, apostar por los supermercados cooperativos, señalar a la agroindustria y a quienes destruyen los territorios y la vida del medio rural. La producción ecológica es ya una herramienta que puede ayudar a las pequeñas y medianas explotaciones a mejorar su viabilidad económica. Debemos también avanzar en políticas públicas que apuesten por un sistema agroalimentario de base agroecológica, que incluya y facilite que las y los agricultores y ganaderos puedan escapar del modelo agroindustrial, hacia una transición (agro)ecológica, dentro de un sistema agroalimentario más justo para todas. Entendemos que en un contexto de emergencia climática como en el que estamos y con una importante pérdida de biodiversidad no nos podemos permitir el retroceso en las políticas ambientales de la Unión Europea y exigimos a las autoridades un buen acompañamiento al sector agrario para dicha transición. Demandamos nuevas políticas de gobernanza, desde local a lo internacional, para cambiar la competitividad por cooperación, con el fin de proveer los recursos necesarios para conseguir que todos los pueblos construyan su propio modelo agroalimentario en base a la agroecología y la soberanía alimentaria, tal y como fue definida en la Conferencia Mundial de la Alimentación, en Roma en 1996, y desarrollada desde el Foro de Nyéléni. Es la única forma de acabar con el hambre y apostar por una nutrición de calidad, respetando el medio natural. Con la soberanía alimentaria contribuiremos también al enfriamiento del Planeta.
Compartimos y asumimos como propias las siguientes demandas de la ECVC:
- Precios justos y una necesaria regulación de mercado, como la incipiente Ley de la cadena alimentaria.
- El fin de los tratados de libre comercio basados en la desigualdad y la competencia desleal.
- Un presupuesto suficiente y una distribución equitativa de las ayudas de la PAC para facilitar una transición justa hacia la agroecología y las prácticas ecológicas.
- La reducción de la carga administrativa para las y los agricultores;
- Detener la desregulación de las nuevas técnicas genómicas.